Las cosas más pequeñas, esas a las que no solemos dar importancia son las más maravillosas.
Estamos tan ocupados en el ajetreo de la vida diaria y en las cosas que creemos necesitamos o debemos tener, que no nos paramos a disfrutar de las importantes, de las que si no valoramos como merecen perderemos sin darnos cuenta como podrían ser por ejemplo la caricia del ser querido o el abrazo del amigo que nos comprende, además de aquellas que sin pertenecer a nadie pertenecen a todos.
Las cosas que sin pertenecer a nadie pertenecen a todos son; las olas del mar, los amaneceres y atardeceres, las lluvias de estrellas, las gotas de rocío en la mañana, las noches de luna llena, las flores silvestres, los árboles del monte… todo aquello que es escenario de nuestra vida. Escenario al cual no solemos prestar atención por estar demasiado preocupados por representar de forma correcta nuestro papel en la obra teatral que es la vida y que perfila su guión de forma prematura y casualmente a la par que planeada y estructurada, nuestro día a día.